Cada día nos encontramos con mil pequeñas molestias. Alguien nos corta el paso camino al trabajo, pinchamos una llanta, alguien se lleva nuestro almuerzo del refrigerador, y así sucesivamente. Aunque cada incidente parece pequeño, se mete bajo nuestra piel y se queda ahí. Las indignidades cotidianas de la vida amenazan con apagar nuestra propia existencia. Pronto podemos encontrarnos explotando ante las irritaciones más mínimas. Nos volvemos enojados todo el tiempo.
En la sociedad occidental, la ira a veces se ha asociado con la dureza y la masculinidad. Secretamente aplaudimos al impulsivo que finalmente pierde los estribos con el tonto que lo fastidió. Pero la ira a menudo es una fachada ruidosa de un hombre inseguro y débil, que no tiene otro recurso para resolver sus problemas y hacer valer su punto. La verdadera masculinidad significa mantener la cabeza fría y ser imperturbable, sin importar la situación.
Muchos hombres utilizan dos métodos igualmente perjudiciales para lidiar con su ira. Algunos buscan el desahogo dejando que su ira corra libremente. Pero esto solo magnifica la ira y puede tener consecuencias negativas tanto para el hombre enojado como para los que lo rodean. Otros hombres tratan de reprimir su ira. Esta ira reprimida les corroe por dentro y los transforma en hombres amargados y cínicos.
¿Por qué buscar la tranquilidad? La ira es una de las pasiones primarias que debes aprender a dominar. Controlar tu ira te dará la fuerza para contener tus otras tendencias carnales. También te ayudará a tomar decisiones de manera racional. Cuando estás enojado, no piensas con claridad. Puedes tomar decisiones precipitadas de las que te arrepentirás más tarde.
No toda la ira carece de mérito. Cuando aprendes a dominar tu ira, puedes empezar a utilizarla como una herramienta. La ira justa, adecuadamente canalizada y empleada, puede impulsar a un hombre a luchar contra injusticias personales, sociales y globales. Pero cuando enfrentas “nimiedades y accidentes comunes o inevitables”, debe prevalecer la virtud de la tranquilidad.
La ira frecuente es mala para tu salud. Pensamos en la ira como una emoción, pero afecta tanto a tu cuerpo físico como a tu mente. No importa qué desencadene tu ira, ya sea algo verdaderamente amenazante como un empujón de un borracho enojado, o algo pequeño como un error de facturación de tu proveedor de telefonía móvil, tu sistema nervioso reacciona de la misma manera:
Los niveles de hormonas, como el cortisol, aumentan. Tu respiración se acelera. Tu pulso se acelera. Tu presión arterial sube. A medida que te calientas, empiezas a sudar. Tus pupilas se dilatan. Puedes notar dolores de cabeza repentinos.
En tiempos prehistóricos, esta reacción de “lucha o huida” era enormemente útil. Te ponía en alerta máxima para que estuvieras listo para actuar, ya fuera levantando los puños o huyendo rápidamente. Hoy en día, tu cuerpo se pone en marcha, pero luego no tiene salida para canalizar esa energía. Desencadenar con frecuencia las hormonas de la ira daña tu corazón. Estudios han encontrado que los hombres con presión arterial normal pero altos niveles de ira son más propensos a desarrollar enfermedad de las arterias coronarias o tener un ataque al corazón. Los hombres que pierden los estribos con mayor frecuencia tienen tres veces más probabilidades de sufrir un ataque al corazón que los menos iracundos. Los hombres jóvenes, incluso sin antecedentes familiares de enfermedad cardíaca, que reaccionan rápidamente al estrés con ira, tienen un riesgo tres veces mayor de desarrollar una enfermedad cardíaca prematura y cinco veces más probabilidades de tener un ataque cardíaco temprano que sus compañeros más tranquilos. Los hombres enojados también son más propensos a la depresión y otros comportamientos negativos.
La ira lastima a los que te rodean. Si quieres que los demás te respeten y confíen en ti, debes aprender a controlar tu temperamento. Si explotas por cada pequeña cosa, tus compañeros de trabajo, amigos y familiares empezarán a caminar de puntillas a tu alrededor. Temerán constantemente desencadenar tu ira y se sentirán inseguros en tu presencia. El daño que tu ira puede causar se ilustra bien con la siguiente historia:
UNA BOLSA DE CLAVOS
Había una vez un niño pequeño con mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera los estribos, debería clavar un clavo en la cerca. El primer día, el niño había clavado 37 clavos en la cerca. Pero poco a poco, el número de clavos diarios fue disminuyendo. Descubrió que era más fácil controlar su temperamento que clavar esos clavos en la cerca.
Finalmente, llegó el primer día en que el niño no perdió los estribos. Le contó con orgullo a su padre y éste sugirió que ahora, por cada día que lograra contener su temperamento, sacara un clavo de la cerca. Pasaron los días y el joven finalmente pudo decirle a su padre que todos los clavos habían desaparecido. El padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó a la cerca.
“Has hecho bien, hijo mío, pero mira los agujeros en la cerca. La cerca nunca será la misma. Cuando dices cosas con ira, dejan una cicatriz como esta. Puedes clavar un cuchillo en un hombre y sacarlo, pero no importa cuántas veces digas ‘lo siento’, la herida sigue ahí.”
Dominar tu Ira y Practicar la Tranquilidad Muchos “gurús de la gestión de la ira” recomiendan que cuando te enojes, cuentes hasta 100 o respires profundamente antes de reaccionar. No creo que estos métodos sean efectivos; una vez que la ira te domina, no vas a quedarte sentado mientras twiddling your thumbs antes de actuar. En su lugar, debes entrenar tu mente para lidiar con la ira antes de que te enfrentes a ella. Debes cambiar tu mentalidad, de modo que cuando te asalten irritaciones, estés listo y preparado para enfrentarlas con calma.
Cambia tu perspectiva de la vida. Aunque no seas consciente de ello, la razón por la que te enojas ante las pequeñas molestias de la vida es que crees que la vida debe transcurrir sin problemas. Por lo tanto, cuando las cosas no salen como esperas, experimentas esto como una desviación irritante de la norma. Debes aceptar en tu mente que la naturaleza de la vida es frustrante y caótica. Cuando las cosas salen bien, esa es la verdadera desviación. Deshazte de tus expectativas poco realistas sobre la vida y te resultará mucho más fácil lidiar con los golpes.
Cambia tu perspectiva sobre ti mismo. Mientras que algunos dicen que la raíz de la ira es el miedo, yo creo que el corazón de la ira es el egoísmo. Los hombres más enojados no solo creen que la vida debe transcurrir sin problemas para ellos, EXIGEN que así sea. Los hombres enojados se sienten moralmente superiores a los demás y, por lo tanto, creen que las personas deben estar de acuerdo, respetarlos y apreciarlos, siempre cediendo a sus deseos. Cuando esto no ocurre, el hombre enojado se siente herido y canaliza esta decepción en ira. El hombre enojado cree que está bien que los demás sufran las indignidades de la vida, pero no él. Para aliviar la ira, debes bajarte de tu pedestal.
Cambia tu perspectiva sobre los demás. Cuando cometes un error o tratas mal a alguien, a menudo te sientes mal y encuentras una razón para tu comportamiento ofensivo. Piensas cosas como: “Vaya, no debería haberle gritado así. No he estado durmiendo mucho últimamente y me siento agotado”. O “No debería haberle cortado el paso a ese tipo, pero tengo que llegar a esa cita a tiempo o podría perder el trabajo”. Sin embargo, cuando otros nos hacen cosas similares, estallamos de ira, sin pensar que ellos pudieron haber hecho lo mismo por las mismas razones que nosotros. Las personas cometen errores al igual que tú. Dales la misma indulgencia que te concedes a ti mismo. La gente no está tratando de fastidiarte. Están teniendo un mal día o no fueron educados con los modales adecuados. Deja de tomártelo de forma personal.
Mata tu Ira con Lógica La ira, incluso cuando está justificada, a menudo se vuelve muy irracional. Por lo tanto, el antídoto para la ira es la lógica. Debes entrenar tu mente para pensar racionalmente sobre las cosas que te suceden antes de elegir la reacción adecuada.
Sé consciente de tu ira y lo que la está causando. La ira a menudo ciega nuestra mente ante la verdadera raíz de lo que nos molesta. A menudo estallamos contra el objetivo más cercano o el desencadenante más reciente de nuestra ira, cuando la causa subyacente de la ira es más profunda o se encuentra en otro lugar. Debes desarrollar la fuerza para sentarte con tu ira y analizarla. Una vez que puedas examinar racionalmente tu ira, podrás encontrar la causa raíz y abordarla. Parte de lo que nos hace tan enojados es no entender realmente qué es lo que nos molesta. Piensa en cuando un vuelo se retrasa. Cuando no se da una razón para el retraso, la gente se enoja más que si se cita una razón legítima. Entender las razones de tu ira te ayudará a desactivarla. Entonces podrás rectificar la situación de manera racional pero asertiva.
Esté dispuesto a admitir que tú eres la causa de tu ira. La razón por la que el tráfico te hace tan enojado es porque saliste de casa 10 minutos tarde. La razón por la que estás enojado de que tu esposa te siga molestando para que cortes el césped, es porque sigues posponiéndolo.
Aprende a hacerte esta pregunta: ¿es esta situación algo que puedo cambiar o algo que no puedo cambiar? Si la situación o la persona que te está enojando es algo que puedes cambiar, entonces no hay razón para estar enojado. Canaliza tu energía en elaborar un plan para resolver el problema. Si la situación o la persona es algo que no puedes cambiar, de nuevo, no hay razón para estar enojado. No hay nada que puedas hacer al respecto, así que no hay razón para alterarte. Los hombres somos solucionadores naturales de problemas; queremos encontrar una solución para todo. Pero la masculinidad también implica aprender a aceptar y encontrar la paz con aquello que no podemos cambiar.