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in: La Vida Varonil

• Last updated: July 11, 2024

¿Qué es la Hombría?

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Cada vez que nos referimos a temas que son un poquito más profundos que el de cualquier día, nunca faltan aquellos que se detienen en lo que a nosotros se nos escapa, aquellos que los entienden, sí, pero respetuosamente manifiestan su desacuerdo, y otros que simplemente malinterpretan lo que intentamos decir. Esto último sucede ya sea porque no tienen suficientes facultades mentales como para entender la idea, ya porque nosotros fallamos en expresarnos de una manera entendible. Cualquiera sea el caso, me he encontrado con varias conclusiones erróneas a partir del artículo de la semana pasada. Así que quise aprovechar la oportunidad para profundizar en este tópico un poco más. Al mismo tiempo, que a pesar del nombre de este blog, nunca nos hemos sentado realmente a explicar qué cosa exactamente entendemos por “hombría”. Eso es lo que quisiera hacer hoy. Arrimen una silla y metámonos con esto.

La Necesidad de Plantar la Masculinidad en un Fundamento Firme

Aunque hay algunos valores atemporales propios de la masculinidad, características celebradas por cientos de diferentes culturas en muy diferentes momentos de la historia, algunos de los ideales de hombría han variado a través de los tiempos y los pueblos. Esto es así porque muchas veces estas trazas de la masculinidad estaban basadas en aspectos transitorios de cada cultura.

Para muchas culturas antiguas, el ser un hombre estaba íntimamente relacionado con ser un guerrero. Pero era este un concepto de hombría muy específico y restringido que no resistió el embate de los tiempos de paz. En los comienzos de la historia norteamericana, la edad viril estaba conectada con el hecho de ser un granjero, un hacendado o un artesano independiente. Pero cuando la Revolución Industrial trasplantó a los hombres desde las granjas a las fábricas, éstos comenzaron a preguntarse si una verdadera hombría era posible en ausencia de la independencia económica que una vez habían gozado. En el siglo XX, ser un hombre significaba haberse constituido en el sostén económico de la familia. Pero en tiempos de recesión y depresión económica, y cuando las mujeres se volcaron en gran número al mercado laboral, los hombres se sintieron profundamente emasculados. Además, en muchas culturas, en diferentes momentos, ser un hombre significaba formar parte de una clase o de una raza privilegiada; en los EE.UU., los hombres poseían esclavos, cada uno de los cuales, correspondía a algo así como 3/5 de un “hombre real”. Cuando la clase y la ciudadanía se volvieron accesibles para cualquiera que se esforzara por conseguirla, los hombres sintieron que no solo su posición de privilegio estaba en riesgo, sino su propia hombría.

De este modo, cuando la hombría está conectada a componentes definidos  culturalmente y, por lo tanto, efímeros, el más mínimo cambio en las costumbres origina una crisis de hombría. Algunos hombres entonces se aferran tercamente a un pasado que no puede ser recreado, mientras otros  buscan redefinir su condición en modos que, aunque bien intencionados, terminan despojándola de su singular vitalidad. Por lo tanto, la definición de masculinidad u hombría necesita claramente estar anclada en firmes e inamovibles cimientos, que perduren en el tiempo y sean alcanzables por cualquier hombre, independientemente del lugar o la cultura a la que pertenezca.

La Hombría como Virtud

Si bien la definición de hombría ha sido discutida y analizada hasta el hartazgo por grandes eruditos, mi propia definición de ella es en realidad bastante sencilla. Y antigua.

Aristóteles estableció en su Ética Nicomaquea un código ético para los hombres. Para él y para muchos de los antiguos griegos, la hombría significaba vivir una vida llena de eudaimonia. Pero, ¿qué es la eudaimonia? Los traductores y los filósofos dan de ella diferentes acepciones, pero la mejor manera de describirla es esta: eudaimonia es vivir una vida de “florecimiento humano” o excelencia. Aristóteles creía que el objetivo de todo hombre era realizar diferentes acciones guiado por el pensamiento racional, lo que lo conduciría a la excelencia en cada aspecto de su vida. Por lo tanto, la virtud de la hombría significaba “ser el mejor hombre que podías ser”.

Para los Romanos, la hombría significaba vivir una vida virtuosa. De hecho, la palabra “virtud” deriva del vocablo latino virtus, que significa fuerza, pero la fuerza propia del hombre. Los Romanos creían que para ser masculino, un hombre debía cultivar virtudes tales como la valentía, la templanza, la laboriosidad y el deber. Por eso decimos que para los antiguos Romanos, ser hombre significaba vivir una vida de virtud.

De esta manera, mi definición de hombría, como la de Aristóteles y la de los Romanos, es simple: esforzarme por alcanzar la excelencia y la virtud en todas las áreas de mi vida, desarrollando todo mi potencial como hombre, y siendo el mejor hermano, amigo, esposo, padre y ciudadano que pueda ser. Esta tarea se consigue mediante el cultivo de algunas virtudes como:

  • Valentía
  • Lealtad
  • Laboriosidad
  • Resiliencia
  • Resolución
  • Responsabilidad
  • Autoestima
  • Integridad
  • Sacrificio

Estas virtudes hacen al hombre y pueden ser valoradas y alcanzadas por cualquiera, en cualquier situación. Desde el soldado, hasta el empleado de una corporación, desde el bombero hasta el papá que se queda en casa. Las formas en que hoy en día los hombres pueden demostrar estas virtudes a menudo pueden ser menos ostentosas o más tranquilas que como lo hacían nuestros antepasados, pero eso no las hace menos importantes o vitales.

En este punto, alguien podría decir: “Hey, un momento, ¿no deberían también las mujeres luchar por conseguir estas virtudes?

Absolutamente.

Considero que hay dos formas de definir masculinidad. Una es oponerla a femineidad. La otra se deriva de su íntima relación con la madurez de la persona y por eso, se opone a niñez o infancia.

La primera es bastante popular pero implica un concepto bastante superficial de hombría. Los que se identifican con esta filosofía terminan cultivando una masculinidad preocupada únicamente en características externas. Se preguntan si acaso x, y, o z sea propio de un hombre o si alguna de las actividades que habitualmente disfrutan, son femeninas o masculinas únicamente porque algunas mujeres también las disfrutan.

Personalmente me inclino por la segunda postura: la de la hombría como opuesta a niñez (en el sentido de infantilismo) y que tiene más que ver con los propios valores internos. Un niño es temeroso y dependiente y está siempre centrado en sí mismo. Un hombre es audaz, valiente, respetuoso, independiente, y vive al servicio de los demás. Por eso, un jovencito se hace hombre cuando madura y deja atrás sus actitudes infantiles. Del mismo modo, una niña se hace mujer cuando madura hacia una adultez real.

Ambos, varones y mujeres son capaces de y deberían cultivar la virtud, la excelencia humana. Cuando una chica vive la virtud, entonces es una mujer; cuando un chico vive la virtud, entonces es un hombre.

Con esto no quiero decir que ambos géneros sean idénticos. En su libro The Code of Man, el Dr, Waller sostiene:

“Hemos de aspirar a la máxima satisfacción, de lo que todas las personas son capaces, -pues las virtudes morales e intelectuales son las mismas para varones y mujeres- sin dejar de reconocer las diversas características que varones y mujeres aportan a este esfuerzo común de la humanidad para alcanzar la excelencia. Necesitamos un nuevo compromiso que esté de acuerdo con las enseñanzas tradicionales que enfatizan que mientras que los hombres y las mujeres comparten una misma capacidad para las más altas virtudes, sus pasiones, temperamentos y sentimientos pueden diferir, dando lugar a distintos caminos para alcanzar esos objetivos comunes.”

Esto es lo mismo que decir que tanto varones como mujeres luchan para alcanzar las mismas virtudes, pero a menudo las alcanzan y las expresan de maneras diferentes. Las virtudes se vivirán y manifestarán entre nuestras hermanas, madres y esposas de distinto modo que entre nuestros hermanos, padres o esposos. Es como si fueran dos instrumentos musicales diferentes tocando exactamente las mismas notas. Cada uno producirá un sonido diferente. La disparidad de esos sonidos es una de aquellas realidades inefables que es muy difícil describir con palabras, pero fácil de identificar en la práctica. Ningún instrumento es mejor que otro; en las manos de un músico diligente y dedicado, cada uno produce una música que llena el espíritu y añade belleza al mundo.

¿Cómo se relaciona todo esto con nuestro último artículo acerca de la “cultura de la hombría”?

Si bien es cierto que tanto varones como mujeres podemos aspirar al mismo objetivo de la excelencia en la virtud, no creo que unos y otras tengamos idénticas dificultades o debilidades en ese proceso.

Una de las debilidades propias de los hombres se refiere a lo doloroso y difícil que resulta pasar de la adolescencia a la adultez. Sí, quizás sea una generalización, pero las mujeres parecen tener una transición más sencilla y natural hacia la madurez adulta. Los varones, por el contrario, a manudo necesitan un gran esfuerzo para dejar atrás sus días de adolescentes. Es que es más fácil depender de otro, ser un consumidor en vez de un creador y vivir para uno mismo en vez de para los demás.

Distintas culturas alrededor del mundo han reconocido este hecho. Como dijimos antes, la cultura de la hombría fue creada para enfrentar este problema y hacer de la adultez un objetivo deseable, algo que los varones quisieran desesperadamente alcanzar. Así, históricamente la inmadurez fue estigmatizada. Lo que hizo la cultura de la hombría fue proveer una motivación externa que atrajera a la mayor cantidad de varones posibles hacia la madurez: se trató de una amplia red, una marea que elevó muchos botes y motivó a muchos hombres que, de otra manera, habrían preferido esconderse en las sombras y vivir existencias seguras pero mediocres.

Esto último lo vemos perfectamente representado en la sociedad moderna, donde ya no existe más una fuerte cultura de la hombría: muchos varones hoy luchan por crecer, madurar y alcanzar una honorable condición de hombres, pero nunca están seguros de cuándo cruzaron el umbral y dejaron atrás al niño que fueron y se convirtieron en verdaderos hombres.

No obstante, y a pesar de que ya no tenemos esa fuerte cultura de la hombría, ello no significa que no haya aún individuos que la buscan por sus propios medios. Estos hombres son realmente pocos y sus motivaciones son muy personales. Su deseo y su tendencia hacia la hombría proviene de su interior, de un impulso interno.

La conquista de la condición masculina nunca ocurre en un recinto privado. Los hombres que admiro hoy, los que alcanzaron su excelencia en el ser hombres a pesar de las bajas probabilidades en sus intentos, todos tienen algo en común: procuraron y completaron un rito de paso. Ellos buscaron y enfrentaron un reto, mientras otros se escondían de él.

Aunque hemos dicho antes que las oportunidades de probar la propia hombría y experimentar un rito de paso son casi inexistentes, nos referimos al estado de las cosas a un nivel cultural. La sociedad se ha vuelto tan estereotipada y fragmentada, que ya no hay ritos de paso reconocibles por la “tribu” entera.

El desafío para el hombre de hoy es llegar a formar parte de las pequeñas tribus que aún ofrecen este invalorable rito de paso. Las Fuerzas Armadas, congregaciones eclesiásticas, distintas organizaciones y confraternidades junto con algunos tipos de experiencias vitales o aventuras todavía son una opción para que algunos hombres crucen el puente hacia la plena hombría. En efecto, ese pasaje puede llegarle a un individuo por accidente, a través de la fortaleza y resiliencia demostrada frente a la muerte de su padre o la aparición de una enfermedad. Sin importar la forma en que se manifieste, el rito de paso rompe la atracción gravitatoria del camino de menor esfuerzo, el camino que muchos escogen, e impulsa a un hombre en la senda de la verdadera hombría.

La pérdida de una cultura de la hombría seguramente tiene muchos aspectos negativos, el mayor de los cuales es que menos hombres serán empujados a una madura adultez. Pero para los varones con la suficiente valentía para todavía buscarla, la ventaja está en que la hombría que alcanzarán no habrá nacido de presiones externas o expectativas culturales, sino de los propios valores internos, su conciencia y su corazón.

¿La última línea? La verdadera hombría aún existe para aquellos que la buscan.

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